sábado, 29 de diciembre de 2012

Supercolor 1000 - Primeras pruebas

Admito que mis habilidades como fotógrafo son más bien del montón. De cada 100 fotos, una me gusta y pienso que tampoco es para tanto, sin embargo, no desisto en mi empeño de conseguir alguna que sea, al menos, medianamente bonita.

El experimento con la Polaroid está siendo interesante. Un experimento bastante caro todo sea dicho, a casi 2€ la foto, que me ha hecho que tenga bastante cuidado a la hora de tomar una foto, pero los resultados me están dejando con buen sabor de boca. Los colores que se obtienen y tener el formato físico casi instantáneamente, dan a las fotos un toque único y peculiar. Al principio no sabía muy bien como manejar la cámara y las fotos salen borrosas o con demasiada luz. El invierno y las pocas horas de sol, unido a que no tengo flash, han hecho que no pudiera hacer fotos (o que me controlara), ahora, con un poco de tiempo libre he podido tomar unas cuantas más.

Podéis pegarme por gafapaster y modernito, yo estoy muy contento con mi adquisición y os dejo aquí unas cuantas muestras.







miércoles, 19 de diciembre de 2012

Legendarium de Tolkien

Legendarium es un término puramente tolkendili, ecúmene para los griegos. Es un término que usado para designar el conjunto de tierras conocidas por una cultura pero que para el caso de Tolkien se usa de manera que engloba todos los textos literarios que hablan sobre una mitología concreta o, más específicamente para este autor, sobre la Tierra Media.



J.R.R. Tolkien tenía la intención de dotar una mitología propia a su mundo anglosajón y bebió de numerosas fuentes entre las que destacar la escandinava pero aportó elementos de cosecha propia como fueron los hobbits o su conocida afición filológica como la de crear e inventarse lenguas fantásticas. Esta extensa y laboriosa obra que inició con la publicación de El Hobbit y la trilogía de El Señor de los Anillos (además de algunos poemas) quedó inacabada a su muerte y parcialmente completada con la publicación de los escritos de El Silmarillion y Los Hijos de Hûrin (además de multitud de cartas, y otros libros de ensayo) gracias a su hijo Christopher Tolkien. Pero en mi opinión estas pinceladas sobre la historia de Arda y el subcontinente de la Tierra Media no pudieron ser más acertadas pues dejó numerosos vacíos que no hacen sino engrandecer el mundo que describió: ¿Qué pasó con los magos azules? ¿Eran malvados todos los hombres al sur y este de la Tierra Media o también hubo movimientos de resistencia como en el oeste? ¿Y los enanos? ¿Qué fue de ellos? ¿Y los elfos? ¿No había en otro lugar? ¿Todos marcharon hacia las Tierras Imperecederas?

Cada fan de la Tierra Media tiene su propia Tierra Media, como él la ha construido, con sus misterios y sus elucubraciones. Cada nueva información que conseguimos de este mundo la atesoramos, como si fuéramos exploradores en terreno ignoto; la genialidad de esta obra no reside en la historia en sí, sino en la fascinación que me ha supuesto desde mi infancia, hubo obras de fantasía antes de El Señor de los Anillos y las ha habido después, pero ninguna con la ambición de ésta. 

No hablo de Tolkien y su legendarium tan a menudo de lo que querría (y la mitad de lo que yo querría es menos de lo que la mitad querríais), pero me pasaría tardes enteras maravillado entre estas fantasías. Así que habla, amigo, y entra, que estoy siempre dispuesto a ello, desde los salones de Khazad-Dûm hasta las terribles planicies de Mordor pasando por los bosques de Beleriand o las Montañas de Nubladas.

Entrada dedicada a @CristinaRFV, @Menelwencilla y @Manduaper. Por compartir la afición "tolkendili".

lunes, 17 de diciembre de 2012

Locos por vivir

“Las únicas personas interesantes para mí son las que están locas, locas por vivir, locas por hablar, locas por ser salvados, deseosos de tener todo a la vez, los que jamás bostezan ni dicen cosas intrascendentes, sino que arden, arden, arden, como esas fabulosas velas romanas que explotan como arañas entre las estrellas para dejar una luz azul central que al explotar hace que todo el mundo quede boquiabierto y exclame: ¡Ahh!” 
- Jack Kerouac


viernes, 14 de diciembre de 2012

Un viaje inesperado

Hoy es el día:


Far over the misty mountains cold
To dungeons deep and caverns old
We must away ere break of day
To seek the pale enchanted gold.
The dwarves of yore made mighty spells,
While hammers fell like ringing bells
In places deep, where dark things sleep,
In hollow halls beneath the fells.
For ancient king and elvish lord
There many a gloaming golden hoard
They shaped and wrought, and light they caught
To hide in gems on hilt of sword.
On silver necklaces they strung
The flowering stars, on crowns they hung
The dragon-fire, in twisted wire
They meshed the light of moon and sun.
Far over the misty mountains cold
To dungeons deep and caverns old
We must away, ere break of day,
To claim our long-forgotten gold.
Goblets they carved there for themselves
And harps of gold; where no man delves
There lay they long, and many a song
Was sung unheard by men or elves.
The pines were roaring on the height,
The winds were moaning in the night.
The fire was red, it flaming spread;
The trees like torches biased with light,
The bells were ringing in the dale
And men looked up with faces pale;
The dragon's ire more fierce than fire
Laid low their towers and houses frail.
The mountain smoked beneath the moon;
The dwarves, they heard the tramp of doom.
They fled their hall to dying -fall
Beneath his feet, beneath the moon.
Far over the misty mountains grim.
To dungeons deep and caverns dim
We must away, ere break of day,
To win our harps and gold from him!


martes, 4 de diciembre de 2012

El Puente de Alcántara


Hace ya muchos años que leí este libro, tres personajes: un médico judío sevillano, un hidalgo cristiano castellano y un poeta musulmán andalusí en el perfecto y desconocido mosaico que fue la Península Ibérica en el siglo XI: las taifas de Sevilla, Badajoz, Mérida, Toledo, Zaragoza y Granada; el rey Alfonso VI y el reino de León, el Condado de Castilla, la nobleza aragonesa levantisca y el reino de Navarra. Poner de manifiesto que los reinos del norte empequeñecían ante la grandeza de las ciudades del sur pero que se engrandecieron y alimentaron su cultura a través de ellas. Reyes cristianos se aliaban con los gobernantes musulmanes, los judíos formaban vivían en esa Sefarad e hicieron de la península su casa. Lejos quedaban las conquistas de los musulmanes y eran habitantes de pleno derecho de los terrenos que muchos siglos atrás habían sido el Imperio Romano (la dominación visigoda no cuenta, esos no sabían lo que era gobernar Hispania).


Un clima de caos y conflictos pero también de libertad pues es en los momentos en los que nadie ostenta un poder supremo cuando otras fuerzas cobran más importancia y crece una fuerte cooperación entre distintas culturas que se enriquecen mutuamente. Fueron las primeras cruzadas, normandos y franceses junto a otros reinos cristianos y el desmantelamiento de la riqueza cultural del mundo de Al-Ándalus a manos del Imperio Almorávide, que puso en jaque a estos estados cristianos y los unificó contra el "enemigo común" y fue entonces cuando todo esto se perdió. La dicotomización y la rivalidad abrió un muro norte-sur que aún persiste hasta nuestros días.

Si hay un libro que hizo que me enamorara de la historia, sin duda fue este. Abrió una puerta que será difícil de cerrar.

* * *

-Eso es lo que tú dices, Muhammad -contestó Ibn Ammar-. Tu hijo comparte mis puntos de vista; eso es lo que lo ha puesto de mi parte. Es demasiado inteligente para dejarse influenciar.

-¡Has intentado engatusarlo con tus malditos versos! -gritó el príncipe, con creciente furia.

-Un pequeño poema, Muhammad, sólo dos o tres versos -replicó Ibn Ammar, pero el príncipe lo interrumpió de un grito.

-¿De dónde sacaste las cosas para escribir? ¿Quién te dio el papel? ¿Quién?

-¿Qué importa eso, Muhammad? -respondió Ibn Ammar.

-¡Quiero saberlo! -gritó el príncipe-. ¡Quiero saberlo! -La voz le salía chillona de rabia, e Ibn Ammar comprendió de repente que aquella rabia ya no era fingida. Ya no era una pose, no era un papel estudiado. Era la misma furia que Ibn Ammar le había visto una vez, cuando eran jóvenes, en Silves, y al-Mutamid llamó al verdugo. El hijo del príncipe, con su rostro campechano, ardiendo en celos porque la bailarina a la que amaba con delirio, aunque estaba sin duda a su disposición, a sus espaldas se entregaba a su amigo, más afortunado. La envidia del príncipe, pequeño y regordete, hacia el alto y joven poeta que tenía a su lado, que siempre atraía todas las miradas, escribía los mejores versos y sabía hallar la respuesta más ingeniosa.

¿Había estado alguna vez su amistad, incluso en las épocas más felices, libre de esas tensiones, producto de la diferencia social y ahondadas aún más por el abismo que existía entre el talento del uno y del otro, y por sus evidentes diferencias físicas? Desde el principio, habían sido demasiado distintos para ser amigos. El príncipe, que quería ser todo lo que encarnaba Ibn Ammar y lo tomó por amigo para así, como mínimo, poder estar cerca de su sueño, y el insignificante poeta que ansiaba el poder y sólo podía participar en él a través de ese amigo. ¿No había sido obvio que esa amistad tenía que fracasar? ¿No había sido evidente que el uno, que sólo podía construir sobre su poder ilimitado, volvería algún día ese poder contra el otro?
Ibn Ammar escuchaba los gritos del príncipe. Su voz rebotaba con tal intensidad en la bóveda que Ibn Ammar apenas entendía sus palabras.

-¡Dime quién escribió esos malditos versos! ¡Dime si lo hiciste tú! ¡Dímelo!

¿No eran esas las mismas preguntas que le había hecho hacía ya dos años, inmediatamente después de su llegada a Sevilla? Las mismas absurdas preguntas sobre el autor de aquel denigrante poema que había terminado definitivamente con su amistad. ¡Qué delgada debía de ser la coraza del honor del príncipe, si bastaban unos pocos versos calumniantes para afectarlo! ¡Qué débil era al-Mutamid, qué inseguro de si mismo, qué insignificante, bajo esa conducta ampulosa!

-¡Dime si tu escribiste esos versos! -gritó el príncipe-. ¡Quiero saberlo! ¡Dímelo! ¡Quiero saber la verdad!
-Ya es demasiado tarde, Muhammad -respondió Ibn Ammar en voz baja-. Aunque te dijera la verdad, no me creerías.
- ¡Dímelo! -gritó el príncipe- ¡Dime la verdad!
Iba Ammar lo miró sonriendo.
-Es lo que tú supones, Muhammad -dijo.

Vio que el príncipe se estremecía y se ponía rojo, como si una vena le hubiera estallado en la cabeza. Vio que estiraba el brazo y buscaba a tientas el hacha. Todavía no sentía miedo.

Entre el remolino de imágenes y jirones de recuerdos que le vinieron a la mente se encontraba también aquella inquietante historia que una vez le contara su padre sobre Abd-ar-Rahmán an-Nasir, el gran califa de Córdoba, quien en su lecho de muerte, tras vivir setenta años, cincuenta de ellos gobernando Andalucía en la guerra y en la paz, cogió su diario y contó los días de completa felicidad de que había gozado en toda su vida. El califa había llegado a contar catorce.

Iba Ammar pensó en los días de completa felicidad de que había gozado él. ¿Cuántos habían sido? ¿Bastantes para una vida de cincuenta y cinco años? ¡Cuántas cimas, cuántos abismos! Suficiente de ambas cosas, que, además, eran inseparables. ¡Una gran vida! Nunca había necesitado depositar sus esperanzas en el paraíso. Nunca se había dejado llevar por el miedo al infierno. Había vivido. Ahora veía la muerte ante sus ojos. ¡Qué muerte tan tonta!

No hizo el menor intento de esquivar el hacha. No tenía miedo. Ni rastro de miedo.

- El Puente de Alcántara, Frank Baer